Unos vecinos

Lamentablemente, no tengo fotos. Mira que lo he pensado veces: te tienes que llevar siempre el teléfono porque tiene cámara, nunca se sabe cuándo vas a necesitarla. A mí, el teléfono no me sirve para hablar, no me llama nadie. Bueno, sí, a veces me llama alguien que se ha equivocado de número, pero puedo estar muchos días sin utilizar el telefonito. Sin embargo, la cámara es muy necesaria. Si el otro día, cuando fui de paseo, la hubiera tenido, ahora podría poner aquí unas fotos ilustrativas. Quizá haya otra ocasión.

El caso es que después de dar el paseo habitual por el parque de Canyon Lake, nos metimos por la senda que discurre a la orilla del río Rapid. Yo lo llamo río porque es a lo que estoy acostumbrada en España, a los ríos pequeños que se llaman ríos, pero aquí al Rapid lo llaman creek, o sea, arroyo.

Nada más entrar en la senda, un arbolillo yacía en el suelo, tronchado, y otros dos mostraban un adelgazamiento notable en la parte baja del tronco. Los de alrededor habían sido ya protegidos con unas mallas para evitar más desperfectos.

¿Y quién está causando estos daños a los árboles? Pues unos vecinos que se han instalado en el barrio hace algún tiempo y a quienes todavía no hemos visto la cara: ¡los castores!

Y sin sierra ni ninguna otra herramienta más que sus poderosos dientes, se han construido su hacienda a la orilla del río y, por lo que se ve, parecen decididos a continuar su labor de ingeniería hasta levantar un dique que ya casi alcanza la otra orilla.

¡Cómo me gustaría verlos en acción, al natural!

Pues como no tengo fotos, enlazo un vídeo muy divertido.

http://www.youtube.com/watch?v=51UQghBtLuM&feature=player_embedded

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Calendarios

Cuando hago un pedido, Vlisco me envía un par de calendarios hechos con sus propias telas. Como no tengo una tienda de ladrillo, no tengo sitio para exhibirlos, así que los guardo como tela nada más. Recibí dos calendarios en 2011, y han estado durmiendo en un estante durante dos años ya, esperando su oportunidad de hacer acto de presencia en el mundo.

Hace unos días, tuve una revelación. Menuda revelación de pacotilla: si son tela, ¿por qué no los uso como tela? Dicho y hecho, aquí está el primer actor de este espectáculo.

 

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Y por suerte, ¡lo puedes encontrar aquí!

Gracias por tu visita.

 

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Gustavo y su pandilla

Mi mesa de trabajo (la de oficina, no la de coser, que esa está en otra habitación) está junto a la ventana que da al pinar de la colina detrás de la casa. Mientras trasteo con el ordenador, veo lo que ocurre fuera por el rabillo del ojo. Percibo los movimientos de la naturaleza. Por ejemplo, ahora mismo, mientras escribo, algo se agita. Levanto la vista y observo que unos tímidos copos de nieve comienzan a caer así como sin querer, con poca decisión, sin saber muy bien dónde posarse.

Esta mañana, unos bultos oscuros se movían entre los árboles, allí donde estos cobran mayor espesura. Miro y no aprecio bien de qué se trata. Ciervos no parecen, son animales más pequeños y de color más oscuro. Los ciervos, estos días de nieve, corren saltarines cruzando la colina, vivificados por el frío, juguetones. ¿Serán perros? No, es un movimiento extraño, como una rebatiña. Ya me levanto de la silla, presto atención, escruto entre los troncos y, ya sí, ya sé quiénes son: el pavo Gustavo y su pandilla.

Ahí estaba Gustavo, bailando con las pavitas, ahora doy un saltito, ahora una voltereta, mira qué plumas más bonitas tengo y qué grande me pongo cuando despliego las de la cola. ¡Ay que te pillo! ¡Eh, tú, jovenzuelo, quita de ahí, que a esa pava me la camelo yo! Picotazo por aquí, carrera por allá, las chicas coqueteando…, en fin, el amor.

Luego, en el verano, vendrán las mamás con sus crías a comerse las uvas de las parras.

Y yo seguiré disfrutando de lo que veo por mi ventana.

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Máximo en la jungla

El 9 de octubre nació mi nieto Máximo y recibió como regalo esta colchita que le hice. No sé qué aventuras le deparará la vida, pero con esta colcha podrá imaginar unas cuantas.

Aquí van las fotos.

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Semillas de Noruega III

Durante todo el tiempo que me llevó terminar los nueve grandes hexágonos (recordemos que comprenden un total de 549 hexágonos pequeños y 1.080 triángulos), iba pensando en cómo ponerlos todos juntos. Decidí que debían ir sobre un fondo casi blanco. Sin embargo, me encontré con un poblema técnico muy difícil de resolver para una calamidad en geometría como soy yo. Sí, ya, ya sé que es una locura meterse a hacer estas cosas si una no se maneja bien con la geometría, pero si no existiera gente loca no habría manera de distinguir a los cuerdos.

Después de darle muchas vueltas al asunto, no me quedó más remedio que claudicar: en lugar de coser unas piezas blancas entre los hexágonos, pondría estos sobre una pieza de tela grande, aplicados sobre ella, cosidos a mano, con mucho hilo y mucha paciencia. También puse unos rombos grandes, hechos con un hexágono y dos triángulos, en las zonas libres entre los hexágonos. Me gustaba la idea de trabajar con diferentes escalas que le proporcionasen dinamismo al conjunto.

Una vez acabado el cuadro general, había que ponerle el marco, es decir, tomar una decisión sobre qué bordes ponerle. Quería algo sencillo, que no estorbase, pero que al mismo tiempo realzase el motivo principal, el cuadro en sí. Con los sobrantes de todas las telas que había utilizado, hice dos tiras de diferente anchura. Estas tiras están cosidas a máquina, pues no le veía yo sentido a coserlas a mano, sobre todo teniendo en cuenta que me quedaba por delante toda la labor de acolchado a mano.

No tenía ganas de hilvanar las tres capas de la colcha (la parte visible, el relleno y el forro trasero), pues es un trabajo arduo que por falta de espacio me obliga a permanecer en posturas terribles durante mucho tiempo. Así pues, me compré un bastidor de tres rodillos. Es un artilugio de madera enorme y hay que montarlo, lleva también su trabajo. En fin, puse la colcha en el bastidor y empecé a acolchar. Decidí un acolchado sencillo pero denso, de líneas rectas separadas medio centímetro unas de otras tanto en las zonas blancas como en los rombos. Los hexágonos pequeños van acolchados en su perímetro.

El resultado tiene muchos fallos técnicos, pero yo me inscribo en la tradición estética japonesa wabi-sabi, basada en la aceptación de la impermanencia, la imperfección y la incompletitud. Descubrí esta tradición hace relativamente poco tiempo y me parece que se ajusta bien a mis necesidades. O sea, que me conviene.

En todo caso, a pesar de las muchas imperfecciones, estoy satisfecha. Me gusta la colcha, me alegra la vista, me transmite energía y me produce un sentimiento de plenitud. He sido capaz de dedicarle cuatro años de mi vida, sin desfallecer, dejándola a ratos para hacer otras cosas pero volviendo a ella todo el tiempo. Despacio, con paciencia, disfrutando, meditando, midiéndome.

Aquí está el fruto que han dado las Semillas de Noruega.

FIN

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Semillas de Noruega II

Aquí están los dos hexágonos completos de los que hablaba ayer.

Como dije ayer, al acabar estos dos grandes hexágonos ya había llegado a la conclusión de que esta labor iba a ser una colcha grande, de manera que calculé que me hacían falta nueve grandes hexágonos. A estas alturas, yo ya había vuelto a Rapid City. Busqué las telas necesarias para continuar. Algunas las tenía yo en mi armarito, ya porque me hubieran sobrado de otras labores, ya porque no hubieran encontrado todavía su sitio. Otras, las compré expresamente, siguiendo siempre el criterio vegetal que me había propuesto. Seguí dibujando y cortando hexágonos y triángulos, uno por uno, y cosiéndolos a mano.

Aquí están el resto de los hexágonos con su detalle.

Continuará…

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Semillas de Noruega

En el otoño de 2008, cuando fui a España a visitar a mi familia y amigos, mi hijo pequeño y su mujer me regalaron dos trozos de tela de media yarda cada uno. Habían ido a Noruega de vacaciones ese verano y encontraron una tienda de patchwork en Bergen. ¿Qué mejor recuerdo podían llevarme? En estas dos fotos, los hexágonos pequeños están hechos con esas dos telas: la primera tiene bellotitas y hojas de roble y la segunda tiene unas hojas marrones sobre un fondo más claro.

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No tenía costurero, así que pensé que esperaría a volver para empezar la labor. Por supuesto, no pude esperar, así que compré agujas, dedal, tijeras, hilo, un juego de plantillas y un par de trozos de tela para combinar. Quería hacer algo sencillo que mostrase esas telas tan bonitas. No sabía lo que iba a terminar siendo la labor. No tenía ningún plan, simplemente sentí la necesidad de empezar a coser y hacer algo con esas telas. No podía verlas ahí mientras tenía las manos ociosas.

Decidí hacer estos hexágonos y triángulos. Los lados miden unos tres centímetros, así que son bastante pequeños.

Con las plantillas, dibujé los hexágonos en la tela de las bellotas y los corté con mis tijeras nuevas, uno a uno. Después dibujé los triángulos en la tela amarilla (que por cierto es una tela navideña, pero no se nota. Me gustó porque tiene un poquito de brillo que le da algo de luz al tono más bien apagado de la tela de las bellotas) y los corté. Cosí a mano todas las piezas para formar un hexágono grande que tiene 61 hexágonos pequeños y 120 triángulos.

Mientras hacía ese primer hexágono grande, tuve tiempo suficiente para pensar en las diferentes posibilidades de la labor. Cuando acabé el segundo hexágono grande, sabía que la labor iba a ser grande y había decidido que todas las telas de los hexágonos pequeños tendrían hojas.

Aunque en aquel momento yo siempre me refería a esta labor como «los hexágonos», las Semillas de Noruega ya estaban sembradas.

Continuará…

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Calma chicha

Mi calle es pequeña, tendrá…, qué sé yo, unos cuatro o cinco metros de ancho. Justo enfrente de la puerta, al otro lado de la calle, está aparcada la camioneta, Old Blue.

La puerta de casa mira hacia el Oeste, así que a esta hora de la tarde Old Blue proyecta algo de sombra en la calzada. Ahí, en esa sombra, descansa nuestro amigo el señor Conejo. Hace un par de días que apareció por el vecindario, atraído seguramente por los huertecillos del barrio. Se le ve tranquilo, no debe de vislumbrar ningún peligro al acecho.

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No, no hay peligro, todo está en calma, el mundo parece girar más despacio con este calor. Seguramente no hay ningún otro animal cerca que pueda molestar al señor Conejo, no hay de qué preocuparse.

Pero…¿quién está tumbado junto a la puerta, a escasos metros de nuestro nuevo vecino? Veamos.

ImagenEs Dylan. Por lo que a él respecta, ¡que vengan conejos!, él no piensa inmutarse. La vida es muelle, hay sitio para todos. Vive y deja vivir.

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Inquietante

El rastro de aquella entrada fantasma, hace ya dos, por la que se preguntaba Eduardo y de la que José Luis llegó a ver una fotografía, continúa.

Dos de mis seguidores, Raúl y Guisante, comentaban sobre el alcance de la tecnología (odio esa expresión de «las tecnologías», lo siento, no veo por qué hay que utilizar el plural) y el control que puede ejercerse sobre nosotros mismos, sus inventores (bueno, algunos, que yo no he inventado nada), gracias a ella.

Pues bien, Guisante, abundando en su comentario a la entrada anterior, me envía esta imagen sacada de su propio ingenio como ilustración. Tal aportación merece todo mi agradecimiento y, por supuesto, la publicación de la imagen aquí mismo.

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154

Esta entrada viene a contestar la pregunta de E. en la entrada anterior.

Estaba el otro día redactanto una entrada, ya la tenía terminada, y quería añadir una foto al final. Por algún motivo, cuando le di a «publicar», solo aparecía la foto, el texto se había ido a hacer gárgaras, así que borré todo. Ya no me apetecía empezar otra vez desde el principio. La verdad es que no estaba muy satisfecha con lo que había escrito, así que interpreté el suceso como una señal de que, efectivamente, no tenía que publicarlo.

Pero ahí quedó ese «154», que no era el título de la entrada, sino el número que la cámara había asignado a la fotografía cuando la tomé.

¿Es que no hay manera, en este mundo virtual, de borrar todo rastro de algo que no queremos publicar? Parece ser que no, que esto es como la pasta de dientes: una vez que has apretado el tubo, ya no hay forma de que la pasta vuelva adentro.

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