Forastero

Desde la estación de autobuses, telefoneo a mi amigo. Necesito sus instrucciones para llegar a su casa. Me dice que vaya al Metro y que debo ir hasta un lugar que se llama Ascao o algo así. La estación de autobuses es un hervidero de gente que va de un lado a otro con la mirada perdida, como si todos buscaran algo. Eso mismo me pasa a mí: busco la forma de salir de allí, sin éxito, hasta que me decido a pedir ayuda y lo consigo. La persona a quien he preguntado no solo me dice el camino, sino que me acompaña hasta la entrada del Metro. Allí hay una gran sala, con una cabina acristalada donde está encerrada una persona. Más allá, unas cosas metálicas que no dejan pasar a no ser que saltes por encima o te agaches para pasar por debajo. No sé qué hacer. Me quedo un rato parado, mirándolo todo. Veo que la gente, al entrar, se dirige a esas cosas metálicas y empuja la barra que impide el paso. Hago lo mismo, pero la barra no cede. Alguien me ve y me dice que tengo que comprar un billete en la cabina de cristal. Así lo hago, pero no entiendo cómo va a ceder la barra porque yo tenga un billete. Observo. En la cosa metálica hay una ranura por donde los demás meten su billete. Los imito y empujo la barra. He conseguido entrar. A pocos pasos, encuentro una escalera que se mueve sola. Bueno, en realidad veo dos: una que se mueve hacia arriba y otra, hacia abajo. Los escalones aparecen de debajo del suelo. Al principio no son escalones, pero un momento después se convierten en ellos. Tengo un poco de miedo. Es la primera vez que me encuentro en estas circunstancias. Veo que el resto de la gente da un paso al frente sin pensarlo y yo, detrás de ellos. Me tambaleo un poco: he pisado justo en la línea que forma un escalón y casi pierdo el equilibrio cuando este aparece. Me sujeto a la barandilla, que también se mueve. Cuando llego abajo, los escalones desaparecen otra vez por debajo del suelo y me veo obligado a retroceder hacia arriba, hasta que me decido a dar un pequeño salto que me deja en suelo firme.

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